La familia es la base del desarrollo humano.

Por: Matilde Garvich 

April 17, 2017

 

Debemos reconocer que hoy la sociedad ha perdido valores claves que durante mucho tiempo influían positivamente en la formación de las nuevas generaciones y que esa pérdida ha contagiado a la familia. El ejemplo que den los adultos es básico. Las instituciones sociales, la escuela y el hogar son observados por los jóvenes, ellos ven a diario la corrupción, la mentira, el engaño, la pelea, la infidelidad, la doble moral, el alcohol, las drogas y comparan su visión del mundo con los valores que se les proponen viendo las contradicciones entro lo que se dice y lo que hacen.

Trabajar sobre las creencias y valores de la familia es la base principal de nuestro desarrollo. Los padres y la sociedad en su conjunto tienen la responsabilidad de cumplir el rol de educar, vigilar y orientar las conductas de las nuevas generaciones. Si no lo hacemos, como adultos, somos cómplices del desenfreno de los jóvenes.

En el caso de la familia se confunde que ser buenos padres es brindar conductas permisivas que no establecen límites ni definen normas claras de comportamiento.

En mi trabajo profesional como psicóloga, desarrollo talleres de Encuentro con Nuestro Niño Interior, donde los participantes son en general padres de estos adolescentes o jóvenes y en dichos talleres transmiten las vivencias traumáticas de su propia niñez y adolescencia.

Cuando observo el estado emocional en el que los padres se encuentran, queda en evidencia que tienen baja autoestima, viven muy confundidos, tienen muchas dificultades para poner límites, para manejar conflictos y negociar. Afectados por los mandatos familiares recibidos, por sus relaciones con las figuras significativas de su propia infancia que afectan sus relaciones presentes. Están abrumados por su responsabilidad como padres o futuros padres, confundidos por los cambios de valores, por el empoderamiento de los hijos y ante la confusión pierden la capacidad de establecer normas y reglas, de poner límites, de dialogar y negociar situaciones , y entonces dejan hacer.

Por otro lado, a menudo, la violencia familiar que observan los adolescentes en sus casas, la falta de dialogo en la pareja, los conflictos delante de los hijos, las infidelidades, el alcoholismo de los padres, dejan a los hijos totalmente desamparados sin un modelo a seguir.

Otro tema grave es el de los adolescentes que abandonan sus casas, esto es un importante llamado de atención. Cuando analizamos las razones más frecuentes que los llevan a este tipo de decisiones vemos que los conflictos entre los padres, donde no hay diálogo, no hay proyecto de vida en común, no hay valores claros, son las razones que generan una tremenda carga de emociones que daña fuertemente al adolescente, esa realidad no está en ellos cambiarla. Algunos reaccionan haciendo alianzas con el padre o la madre y toman posición de jueces y definen a uno de ellos como culpable y al otro como víctima y quedan como incómodos espectadores del drama de sus padres, otros ante la ausencia de comunicación la violencia y las mentiras se sienten huérfanos, no queridos y no aguantan más y abandonan la casa, a menudo asociándose con un amigo o amiga en situación similar.

Los hijos están solos mucho tiempo, pues generalmente ambos padres trabajan, quedan en manos de empleadas que no están capacitadas para cuidarlos o abuelas que se sienten invadidas y no saben poner limites frente al pedido de sus hijos, ya padres. También las abuelas están confundidas pues cuestionan la educación que sus nietos reciben pero sienten que no pueden intervenir pues son irrespetadas.

La situación es mucho peor cuando el adolescente no vive en un núcleo familiar estable, cuando es forzado a vivir con el nuevo compañero de la madre o compañera del padre, cuando comparte con medios hermanos, cuando no mantiene relaciones con alguno de sus padres biológicos.

¿Qué piensa un adolescente o joven cuando ve que su padre llega alcoholizado y tiene que hacerse cargo de la situación o ir a buscarlo al bar, con una madre paralizada?

¿Qué aprende cuando ve a sus padres asociando alcohol con alegría, empoderamiento, sexo? ¿Cuándo es sorprendido por la existencia de una familia paralela?.

Si queremos evaluar las conductas de nuestros hijos no podemos dejar de lado la dinámica familiar que los rodea.

Los valores enseñados, los límites establecidos están expuestos a la observación de los hijos ellos ven las acciones de sus padres y observan que no hay coherencia entre lo que piensan, dicen y hacen, lo perciben y se dicen: si mis padres beben alcohol, fuman, son infieles, gritan entre ellos, no hay respeto, se descalifican permanentemente, que ejemplo y respeto pueden pretender.

Los padres y maestros son los que tienen que proporcionar estos valores, hablar y dialogar con ellos de la importancia del respeto hacia uno mismo y hacia el otro, de la responsabilidad de no abusar de los demás y sobre todo evaluar las consecuencias de los actos, saber negociar no imponer. Mostrarles que hay otras formas más sanas de vivir siendo creativos no generando situaciones peligrosas donde quedan muy expuestos al maltrato o a errores de los cuales muy pronto se arrepentirán.

Tenemos que tener claro que es ser libre. La libertad, la liberación de la que hablan muchos adolescentes es confusión. Ser libre es en primer lugar adquirir la capacidad de amarme y respetarme a mí mismo, no dejarme influenciar por los demás por miedo a quedarme solo, no ser aceptado o no ser querido. Tener la fortaleza de decir “NO, esto no es para mí”, es libertad, es salud.

La disciplina es un factor que incrementa la autoestima

Las reglas, límites y normas dan seguridad y confianza, cuando no las hay el adolescente a menudo se siente perdido. Cuando las reglas son claras y consistentes y los límites justificados son más propensos a aceptarlos, se sienten más seguros, protegidos y confiados, saben esperar, aprenden a tolerar el no y eso les proporciona la seguridad y confianza. Pueden discutir, tratar de imponer su criterio. Para crecer necesitan confrontar y probar a sus padres, prefieren pelearse con ellos antes que tomar sus propias decisiones y asumir los riesgos. “No me dejan, en lugar de decir no quiero”.

Los padres también tenemos mucho que aprender en la relación con nuestros hijos. Los duelos son importantes en el camino del crecimiento, son situaciones de cambio y hay que enfrentarlas con fuerza y confianza. No es malo que tu hijo grite, llore o sufra porque impongas ciertos límites o condiciones cuando puedas fundamentar las razones. El hijo tiene derecho a enojarse o frustrarse cuando no obtiene lo que quiere, sus sentimientos son respetables pero eso no debe ser motivo para ceder y dejarnos manipular por los sentimientos y reacciones que generan.

A un hijo consentido en todo por sus padres, no le ayudamos a crecer, a desarrollar la tolerancia a la frustración, a negociar y saber aceptar un no. Cuando los padres olvidan sus responsabilidades como padres y se convierten en amigos cómplices de los caprichos de los hijos generan en ellos confusión, ellos necesitan padres que los guíen, que sepan poner y justificar límites y cuando esto no sucede los conducimos hacia una crisis de autoridad.

Los jóvenes de hoy a menudo empoderados desarrollan falsas creencias que las convierten en verdades indiscutibles sin evaluar las consecuencias.

Puedo hacer con mi vida y mi cuerpo lo que quiera.

Soy ya grande, nadie tiene derecho a decirme nada.

No estudio más. La educación y el aprendizaje son aburridos, los profesores no saben enseñar.

Soy dueño de hacer lo que quiera con mi dinero.

Tengo derecho a vestirme y tener mi habitación como prefiera.

Todo esto es producto de la confusión generada por padres excesivamente tolerantes, incapaces de dialogar con sus hijos y mostrarles las consecuencias de cada acción.

Cuando el “sí” es el camino fácil elegido ante las demandas de los hijos generarán hijos que sólo aceptan la aprobación, abusadores que no saben decir gracias, no tienen gratitud, y seguirán demandando aún después de la adolescencia, cuando sean mayores, aún cuando ya hayan formado una familia propia.

Los jóvenes están sufriendo hoy una crisis de Autocontrol, se sienten omnipotentes y muy poco tolerantes a la frustración, se mueven por impulsos, todo debe ser ya, ahora, es difícil negociar si no se los satisface.

El adolescente sufre la presión de sus compañeros. Si no hacen lo que el grupo espera se sienten mal, la presión no les permite aceptar que no están obligados para iniciarse a fumar, a tomar alcohol, a no llegar a embriagarse, que las relaciones sexuales no pueden ser producto del descontrol o la presión del otro.

Estoy segura que trabajar con los padres es fundamental, pues si no se trata la historia personal de los mismos, se seguirá repitiendo de generación en generación los modelos aprendidos. Los padres tienen que sanar sus propias heridas y entender que de lo contrario las seguirán aplicando con sus hijos.

Hoy es responsabilidad de los padres y maestros enseñar a respetarse y respetar al otro, y no permitir que nadie les falte el respeto . Vivir con respeto es vivir con dignidad, esto nos permite la libertad de elegir, de decidir, de ser creativos, de poder decir No cuando así lo siento y no porque me lo imponen, aceptando las consecuencias de mis actos.

Los niños, los adolescentes y los jóvenes deben saber que pueden contar con adultos de confianza para ayudarlos ante cualquier situación en que sientan vulnerada su dignidad.

El Papa Francisco nos dice las cosas tienen un precio y se pueden vender, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio.

Alégrate sin alcohol

Conversa sin celular

Soñar sin drogas

Sonreír no sólo a la cámara

Amar sin condiciones

ES POSIBLE